Los ánimos en todo el mundo estaban desbordados. La euforia que generó el clásico partido de Fútbol, reunió durante poco más de 90 minutos a millones de personas. Todos hablaban de eso, todos twiteaban al respecto, “Hala Madrid” “Visca Barca”… etc
Por unos minutos olvidé mis problemas, y los de los míos. Varías botellas de tequila fueron abiertas ese día en mi casa. Mis amigos y yo no hacíamos más que dejar fluir aquella emoción que producía dicho evento; gritando, saltando, insultando y una que otra vez corriendo al patio trasero para celebrar bajo la lluvia.
Iba ganando el Barca, y sus fanáticos no hacían más que alardear y burlarse de las caídas y de la actitud de Cristiano Ronaldo. Por cierto, yo, no estaba nada contento.
Pero en general, todo era perfecto. En ese momento no existían novias, madres, trabajos, obligaciones, nada.
En un populoso sector del Edo. Miranda los ánimos eran distintos. Aunque el clima era el mismo. (Intensas lluvias, la emoción interna de los más jóvenes por el gran partido y “la caña”, que nunca puede faltar en una celebración), éstos parecían estar preocupados por otra cosa.
Mientras escuchaban el partido por la radio, secaban y desconectaban el plasma.
La madre de los 3 jóvenes, que allí vivían, se encontraba desesperadamente sacando el agua, que rápidamente comenzaba a infiltrarse en su pequeña casa.
Los pocos gritos de “¡Gol!” que se escuchaban en la zona, eran opacados por innumerables gritos de auxilio, o para hacerlo menos dramático, por los impactantes truenos que allí caían.
- ¡Mamá, mamá! – gritó el más joven de los hijos, que se encontraba aun secando las cosas de su cuarto.
La madre, desesperada, corrió a ver qué pasaba. Al llegar a la habitación simplemente agarró al niño por un brazo, avisó a los otros dos, y entre gritos y carreras, lograron salir ilesos de la casa; Corrieron montaña abajo.
Mientras, se podía escuchar el eco del quinto y último gol, que lastimosamente para mí, había anotado el equipo de Messi.
Mis amigos no hacían más que hacerme comentarios pesados con respecto al Madrid. En ocasiones, solo sonreía, en otras fingía estar hablando por teléfono. Hasta que sonó. Justamente en el momento en el que yo fingía, el perol, sonó.
Era un amigo, me estaba llamando pidiéndome que por favor, lo dejara quedase en mi casa, pues la suya había sido aplastada por grandes rocas que se desprendieron del cerro, o utilizando un mejor término, de la montaña en la cual vive.
Obviamente no me pude rehusar. Amablemente, y sin consultar con mis padres, lo invité a él y a su familia, a pasar unos días en mi casa.
Ahora, estoy aquí, en la computadora, tratando de no sonar mucho las teclas para que ninguno de ellos se despierte. Ignorando a las personas del twitter y Messenger, y tratando de eliminar aquellos pensamientos malintencionados acerca del profesor, que constantemente invaden mi mente.